Análisis por regiones

África subsahariana

Autor: Mark von Riedemann | ACN Internacional

Los acontecimientos que se han producido en el continente africano durante el período estudiado en este informe se han visto ensombrecidos por una explosión de violencia infligida tanto contra militares como contra poblaciones civiles del África subsahariana por parte de grupos yihadistas locales y transnacionales, que persiguen sistemáticamente a todos aquellos que no aceptan la ideología islamista extrema.

Y las cifras son alarmantes. Según un estudio realizado en 2023 por el Centro Africano de Estudios Estratégicos, la violencia perpetrada por militantes islamistas en el Sáhel y Somalia «representó el 77% del total de los sucesos violentos registrados en África en 2022». En ellos, las muertes de civiles aumentaron de «4307 en 2021 a 7220 en 2022», lo que supone un incremento del 68%, un indicador significativo, ya que «los grupos militantes no se centran tanto en ganar corazones y mentes como en intimidar a las poblaciones locales para que obedezcan».

Un califato oportunista

La violencia está impulsada, en muchos casos, por un matrimonio tóxico entre yihadistas islamistas, delincuencia organizada y bandidos autóctonos: mercenarios con ánimo de lucro o combatientes de la zona que persiguen intereses locales, incitados por predicadores extremistas y armados por grupos terroristas transnacionales. Estos grupos atacan a las autoridades estatales, el ejército, la policía y la población civil, incluidos los fieles y líderes religiosos, ya sean musulmanes, cristianos o tradicionales.

El florecimiento de la radicalización y del extremismo violento en el África subsahariana puede atribuirse a una serie de factores sociales como la pobreza, la corrupción, la debilidad de la gobernanza, el analfabetismo, el desempleo juvenil, la falta de acceso a los recursos, los movimientos separatistas y la violencia intercomunitaria preexistente entre pastores y agricultores por los derechos sobre la tierra (exacerbada por el impacto del cambio climático), que se combinan para alimentar el resentimiento y mantener la violencia armada. Los movimientos yihadistas llenan el vacío mediante la ideología, las oportunidades económicas (armas y dinero) y la promesa de acabar con la corrupción.

Los grupos yihadistas transnacionales como ISIS y Al Qaeda no crean nuevas divisiones, sino que explotan y profundizan las ya existentes. Su estrategia no consiste tanto en conquistar y defender un territorio fijo, un «Estado» islámico, como se intentó en Irak y Siria, sino más bien un califato móvil y oportunista que favorece los ataques en zonas rurales, preferiblemente ricas en minerales, donde las fuerzas militares, escasamente desplegadas, tienen menor capacidad defensiva. Los ataques contra las ciudades no solo pretenden aterrorizar, sino también inmovilizar a las fuerzas militares en las zonas urbanas.

La proliferación del extremismo islamista

La violencia islamista se extiende por toda África, pero los principales focos de actividad yihadista se concentran en el Sáhel, la cuenca del lago Chad, Somalia y Mozambique.

Los principales grupos islamistas que operan en estas regiones son: la transnacional Al Qaeda y sus filiales (es decir, Al Qaeda en el Magreb Islámico, AQMI); el transnacional Estado Islámico y filiales (ISWAP, ISGS, ISS); Yamaat Nusrat al Islam (JNIM), coalición de grupos extremistas islamistas individuales y sus afiliados; Al Shabab (Somalia) y sus filiales; y Ahlu Sunna wal Yamaa (ASWJ), alias Al-Shabab, alias IS-Moz y sus afiliados; Boko Haram y sus afiliados; y, por último, grupos militantes sin filiación.

El Sáhel occidental, que incluye las zonas fronterizas de Burkina Faso, Mali y Níger, experimentó en 2022 «una expansión de la violencia islamista militante más rápida que en cualquier otro escenario». En él se produjeron 7899 muertes, más del 40% del total de las víctimas mortales de todo el continente.

«El islam de los grupos armados no es el islam de nuestros hermanos»

Burkina Faso se ha convertido en uno de los escenarios principales de las operaciones yihadistas, experimentando solo en 2022 un «aumento del 69% en el número de víctimas mortales vinculadas a militantes islamistas, con un total de 3600 muertos». Dirigidos principalmente por grupos vinculados a Al Qaeda y al Estado Islámico, los yihadistas han asesinado a miles de personas y desplazado a más de 1,9 millones de habitantes, llegando a controlar más del 40% del país. Según el obispo católico Laurent Dabiré, «el país está siendo atacado por diversos grupos que utilizan el islam para hacer propaganda o para movilizarse. El islam de los grupos armados no es el islam de nuestros hermanos. Los propios musulmanes de Burkina son un objetivo».

La violencia endémica llegó a Mali por primera vez en 2012, cuando grupos yihadistas se hicieron con el control del norte. Aquí el Estado está prácticamente ausente, dando rienda suelta a las batallas entre extremistas vinculados al Estado Islámico y Al Qaeda (JNIM), así como contra rebeldes no yihadistas, predominantemente tuaregs. En el centro de Mali se ha abierto un nuevo frente que vulnera los derechos humanos de los civiles atrapados en una red de violencia entre el ejército, las fuerzas mercenarias, entre las que se cuenta el grupo ruso Wagner, y la embestida de los yihadistas. Según el clero católico, grupos armados cercanos a Mopti prohibieron el alcohol y el cerdo, y obligaron a las mujeres de todas las confesiones a llevar velo. Las comunidades cristianas cercanas a Didja informaron de la imposición de la sharía y de que eran obligadas a aprender el Corán y las oraciones islámicas.

La cuenca del lago Chad, en la intersección entre Nigeria, Camerún, Chad y Níger, sigue siendo la tercera región más insegura de África, «en la que se producen el 20% de todas las víctimas mortales provocadas por militantes islamistas». Boko Haram y Estado Islámico-Provincia de África Occidental (ISWAP) siguen perpetrando atentados contra militares y civiles. Chad sufre problemas humanitarios persistentes, cuenta con más de un millón de personas desplazadas, y además allí la inseguridad alimentaria afecta a más de 5,3 millones de personas debido a las malas cosechas.

Aunque Boko Haram se debilitó con la muerte de su líder, Abubakar Shekau, en mayo de 2021, el grupo continuó sus ataques indiscriminados en Nigeria contra militares y civiles, registrando un aumento del 57% en el número de ataques violentos y un incremento del 70% en el número de víctimas mortales en el noroeste de Nigeria, Chad y el sudeste de Níger. El principal grupo escindido de Boko Haram, ISWAP, no solo atacó a fuerzas de seguridad y civiles en el estado nororiental de Borno, sino que se extendió a los estados de Kano, Kogi, Níger y Taraba. A diferencia del empeño por matar y saquear de Boko Haram, Estado Islámico-Provincia de África Occidental aplica una forma de gobernanza sobre el territorio invadido que fomenta el comercio civil, impone tributos y «resuelve las disputas locales mediante tribunales de sharía». Al «castigar a los ladrones de ganado, el grupo se ha granjeado cierto grado de aceptación entre la población local» y es probable que crezca y se expanda, según el International Crisis Group. En el norte, predominantemente musulmán, los cristianos sufren una discriminación sistémica que incluye: exclusión de los cargos gubernamentales, secuestro y matrimonio forzado de mujeres cristianas por hombres musulmanes, denegación de autorizaciones para construir iglesias o capillas, e imposición del hiyab islámico a todas las alumnas de todos los centros de enseñanza secundaria.

«Entre las diversas tradiciones, la comunidad cristiana es la que sufre más ataques»  

Camerún se enfrenta a conflictos sectarios y amenazas terroristas externas. Los desafíos internos se centran en la crisis anglófona: la violencia entre facciones anglófonas y francófonas en las regiones noroeste y suroeste de Camerún. Además, la región del Extremo Norte de Camerún se ha visto desestabilizada por la violencia de extremistas armados rivales, como Boko Haram y el grupo escindido de él, ISWAP. Entre las diversas tradiciones, se reconoce que la comunidad cristiana es la más atacada, llegando informes de secuestros por parte de los yihadistas de «numerosos civiles, entre ellos mujeres y niñas cristianas que a menudo sufrieron abusos sexuales y fueron obligadas a casarse con musulmanes».

Níger se enfrenta a conflictos armados, desplazamientos de población e inseguridad alimentaria a lo largo de sus fronteras con Nigeria, Burkina Faso, Mali y Libia. La nación ha sido testigo de un aumento del 43% de los sucesos violentos en 2022. Las hostilidades estallaron por disputas étnicas y lucha por los recursos, pero también por ataques de grupos yihadistas vinculados a Al Qaeda y al Estado Islámico, y al grupo Boko Haram de Nigeria.

En Somalia, Al-Shabab controla amplias franjas de territorio e impone su propia interpretación del islam y la sharía tanto a musulmanes como a no musulmanes. Esto incluye la prohibición de todo tipo de medios de comunicación, entretenimiento, fumar y cualquier comportamiento considerado no islámico, como afeitarse la barba. El reducido número de creyentes no musulmanes son en su mayoría cristianos conversos del islam. La conversión se considera una traición a la familia y a la comunidad; la persona de la que se sospeche que se ha convertido puede sufrir acoso, intimidación o incluso ser asesinada.

Aunque Al-Shabab perdió el dominio sobre parte del territorio de Kenia, el grupo sigue consolidado en la zona y lanza ataques esporádicos. Supuestamente, las actividades antiterroristas del Gobierno se dirigen de forma desproporcionada contra los musulmanes, impulsadas por el miedo social y la frustración política; el mayor contingente de combatientes extranjeros de Al Shabab son musulmanes kenianos y los yihadistas suelen atentar contra instituciones estatales.

Por lo que respecta a la subregión de África meridional, en Mozambique han aumentado los ataques de la insurgencia perpetrados por un grupo yihadista afiliado a ISIS llamado Ahlu Sunna wal Yamaa (ASWJ), conocido localmente como Al Shabab (aunque no tiene relación con el Al Shabab afiliado a Al Qaeda de Somalia) e internacionalmente como IS-Moz. Según un informe del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, IS-Moz cuenta con «al menos 1000 combatientes» que intentan tomar Cabo Delgado para establecer «un régimen islamista separatista». Los incidentes violentos registrados en 2022 (asesinatos, secuestros, saqueos y destrucción de propiedades) aumentaron un 29%. Estos ataques fueron notables, ya que la violencia se dirigió principalmente contra civiles (cristianos y musulmanes), y representó el 66% de todos los sucesos violentos, superando a cualquier otra región del continente. Hasta la fecha hay más de un millón de desplazados internos.

«Los yihadistas utilizan a los líderes religiosos como herramientas coercitivas para sembrar el miedo»

En la región de los Grandes Lagos, en las fronteras de Ruanda, la República Democrática del Congo (RDC) y Uganda, la lucha por los recursos minerales ha dado lugar a una violencia feroz y a terribles violaciones de los derechos humanos. Se calcula que solo en la República Democrática del Congo hay hasta 122 grupos armados activos, y que milicias como el M23 y yihadistas como la Alianza de Fuerzas Democráticas (ADF, filial africana del ISIS) aterrorizan a la población y utilizan a los líderes religiosos como herramientas coercitivas para sembrar el miedo, sobre todo en el norte y el este del país. Entre abril y junio de 2022, la ONU registró la muerte de cerca de 1000 civiles, y el desplazamiento de 700 000 personas a lo largo de dicho año. En Uganda se registraron varios ataques de la misma Alianza de Fuerzas Democráticas, especialmente en el este del país, donde los extremistas amenazan a la población cristiana y tienen como objetivo las iglesias.

Además de oro, madera y diamantes, la República Centroafricana (RCA) alberga los llamados minerales de tierras raras, esenciales para la economía digital. El 30 de junio de 2022, la Conferencia Episcopal Católica de la RCA denunció a todos los actores implicados en la violencia, entre ellos los grupos guerrilleros, los mercenarios rusos, los soldados ruandeses y las Fuerzas Armadas Centroafricanas. Los obispos condenaron los horrores infligidos, como «la destrucción humana y material, los abusos, las violaciones de los derechos humanos, la destrucción de propiedades y lugares de culto, y la explotación de las creencias religiosas».

El acontecimiento más significativo en Etiopía, durante el período estudiado en este informe, fue el comienzo de la guerra civil en la región septentrional de Tigray. Aunque la causa no resida en motivos religiosos, los informes indican que tropas eritreas y etíopes han atacado iglesias y mezquitas. Entre la violencia contra las comunidades religiosas se cuenta un ataque contra musulmanes durante el funeral de un destacado jeque local en Gondar en abril de 2022, aunque quizá el punto culminante del conflicto fue la masacre de 800 personas en la iglesia ortodoxa Maryam Tsiyon de Aksum. En cuanto a Eritrea, el régimen gobernado por el presidente no electo, Isaias Afewerki, hace hincapié en el «martirio por la nación» y decreta que los ciudadanos vivan en consecuencia. Es una dictadura en la que la mayoría de los derechos humanos, incluida la libertad religiosa, son inexistentes.

Trabajar por la paz

A pesar de las tensiones y la violencia, también es importante destacar los esfuerzos interreligiosos constructivos. Cabe destacar las visitas del papa Francisco a la República Democrática del Congo y a Sudán del Sur en enero y febrero de 2023, en las que hizo un llamamiento a los líderes de ambos países para que trabajaran por la paz.

Entre las múltiples iniciativas nacionales desarrolladas en Camerún, funcionarios del Gobierno se unieron a 60 clérigos musulmanes y cristianos y a cientos de musulmanes y cristianos en la capital, Yaundé, para rezar por la paz durante la Copa Africana de Naciones de Fútbol.

En Costa de Marfil, líderes religiosos cristianos y musulmanes se reunieron en Abiyán para celebrar un simposio internacional bajo el título «El mensaje eterno de las religiones», en el que se acordó una declaración común según la cual «la solidaridad, la fraternidad y el diálogo entre todas las religiones deben ser la base misma de la paz social».

En la República Centroafricana, un grupo interreligioso llamado Plataforma de Confesiones Religiosas de África Central reunió a los líderes religiosos de las comunidades musulmana, evangélica y católica del país. Con gran valor, los líderes viajaron juntos al frente para reabrir el diálogo entre los grupos armados y los funcionarios electos.

Riesgos a largo plazo

Según el Programa Mundial de Alimentos de la ONU, en los últimos tres años, en el Sáhel (Burkina Faso, Chad, Mali, Mauritania y Níger) los desplazamientos «han aumentado casi un 400%». En esta misma región y durante el mismo período, «se ha disparado de 3,6 a 10,5 millones» el número de personas que se enfrentan al hambre.

Si no se controla, el ciclo de violencia, desplazamientos y hambrunas seguirá degradándose y provocará otras consecuencias a largo plazo, como la profundización de las divisiones entre comunidades, el declive económico, la inestabilidad política y la miseria de millones de personas. Aunque musulmanes y cristianos son víctimas por igual de la violencia extremista, con la creciente radicalización islamista, los cristianos tienden a convertirse cada vez más en objetivo específico de los terroristas, eliminando el pluralismo religioso (y la armonía) característicos de la región

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