Aumenta el número de misioneros asesinados en 2023: cuatro en Nigeria y dos en Gaza
El único caso europeo sobre los misioneros asesinados es el de Diego Valencia, sacristán en Algeciras
ACN.– En 2023 fueron asesinados 20 misioneros en todo el mundo. 1 obispo, 8 sacerdotes, 2 religiosos no sacerdotes, 1 seminarista, 1 novicio y 7 hombres y mujeres laicos. Esta información, recopilada por la Agencia Fides, muestra que el número de misioneros asesinados aumentó en dos con respecto al año anterior. Como en años anteriores, Fides utiliza el concepto de “misionero” para designar a todos los bautizados comprometidos con la acción evangelizadora de la Iglesia que se han topado con la muerte “por odio a la fe”.
Según el desglose continental, el número más alto se registra de nuevo en África, donde fueron asesinados 9 misioneros: 5 sacerdotes, 2 religiosos, 1 seminarista y 1 novicio. Concretamente, en Nigeria que es el país más letal, hubo cuatro asesinados: Isaac Achi murió en un incendio de su parroquia en Níger perpetrado por un grupo armado; Charles Onomhoale Igechi a manos de hombres armados en una carretera; el seminarista Na’aman Danlami, quemado vivo por bandidos en su iglesia, y el novicio benedictino Godwin Eze, secuestrado en su monasterio en Kwara y luego asesinado. En América, fueron asesinados 6 misioneros: 1 obispo, 3 sacerdotes y 2 laicas. En Asia, mataron violentamente a 4 laicos: dos en Filipinas y otras dos en la Franja de Gaza.
Agentes de pastoral con una “vida normal»
Cuando Fides analizó el perfil de los fallecidos, se dio cuenta que la mayoría eran agentes de pastoral con una “vida normal, es decir, que no llevaban a cabo acciones sensacionales ni hechos fuera de lo común que pudieran llamar la atención y ponerlos en el punto de mira de alguien”. A algunos sacerdotes les mataron en el momento de dirigirse a misa o realizar actividades pastorales en alguna comunidad lejana y a otros les asaltaron a mano armada perpetrados a lo largo de carreteras. Todos ellos, “se han visto, sin culpa alguna, víctimas de secuestros, de actos de terrorismo, implicados en tiroteos o en actos de violencia de diversa índole”.
Vivían en pobreza económica y cultural, de degradación moral y medioambiental, donde, como explica Fides, “no hay respeto por la vida y los derechos humanos, sino que a menudo la norma es sólo la opresión y la violencia, ellos estaban también unidos por otra ‘normalidad’, la de vivir la fe ofreciendo su sencillo testimonio evangélico como pastores, catequistas, trabajadores sanitarios, animadores de la liturgia, de la caridad….”. Y es que, “podrían haberse ido a otra parte, trasladarse a lugares más seguros, o desistir de sus compromisos cristianos, tal vez reduciéndolos, pero no lo hicieron, aunque eran conscientes de la situación y de los peligros a los que se enfrentaban cada día”. En definitiva, “testimonian su gratitud por el amor de Cristo traduciéndolo en actos cotidianos de fraternidad y esperanza, la Iglesia, y en definitiva el mundo mismo, sigue adelante”.