Visita de Mons. Justin Kientega, obispo de Ouahigouya. (ACN)
1 marzo 2024

La persecución continua en Burkina Faso provoca una catástrofe humanitaria

Mons. Justin Kientega, obispo de Ouahigouya, en el noroeste de este país, habla de la caridad y la esperanza

ACN.- El atentado perpetrado el domingo 25 de febrero en la diócesis de Dori es el último de una serie de ataques terroristas en Burkina Faso. En medio de la persecución, la Iglesia responde con caridad y esperanza. Cuando Mons. Justin Kientega asumió en 2010 el cargo de  obispo de Ouahigouya, en el noroeste de Burkina Faso, no tenía problemas para desplazarse a la frontera con Malí. Sin embargo, a partir de 2015, todo cambió: ahora hay partes de su propia diócesis a las que no puede acceder debido a la actividad de grupos terroristas que quieren imponer un islam radical a la población. 

“Los terroristas llegan en motocicleta a las aldeas, reúnen a la gente y les prohíben dicen que no deben ir a la escuela ni obedezcan a la administración pública. Ordenan a los hombres dejarse crecer la barba y a las mujeres, que se cubran con el velo islámico. A veces escogen a una persona y la asesinan delante de todos”, cuenta el obispo en una conferencia online organizada por la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN). 

En otros lugares imponen un ultimátum a sus habitantes para que abandonen sus hogares y no regresen más. Los cristianos, que constituyen una minoría en esa región, a menudo son víctimas de instrucciones y castigos más severos: “No hay libertad de culto. En algunos pueblos permiten rezar, pero prohíben la catequesis; en otros lugares, prohíben a los cristianos reunirse en la iglesia para rezar, y eso hace que muchos se marchen. En mi diócesis, dos parroquias están cerradas porque los sacerdotes han tenido que marcharse, y los terroristas han cerrado el acceso a otras dos: nadie puede entrar ni salir de ellas”.

El ataque del domingo pasado es sólo el caso más reciente. “Muy temprano por la mañana había 47 personas en la capilla reunidas para la celebración de la liturgia de la palabra, dirigida por el catequista. Había 17 hombres y el resto eran mujeres y niños. Los terroristas llegaron y mataron a 12 personas – 9 murieron en la capilla y otras 3 fallecieron a causa de sus heridas –, todos varones, entre ellos también dos niños, uno de cuatro años y otro de 14”, explica el obispo. 

Catástrofe humanitaria

Esta situación de persecución continua ha provocado una catástrofe humanitaria, pues miles de personas han huido de sus aldeas para trasladarse a ciudades o pueblos donde pueden contar con la protección de la policía y el ejército. “En todas estas localidades, los cristianos están haciendo lo imposible para ayudar a los desplazados. Muchas parroquias los acogen e intentan reunir comida para ellos”, indica el obispo.

Mons. Justin Kientega afirma que más de 200 escuelas han tenido que cerrar, incluidas 30 católicas gestionadas por la Iglesia que solían ser ejemplos de armonía intercomunitaria y a las que muchas familias musulmanas confiaban sus hijos. Burkina Faso tenía tal reputación de respeto mutuo entre las diferentes comunidades, que incluso el nombre del país significa literalmente “tierra de la gente honesta”. Todo esto lleva al obispo a preguntarse quién puede estar instrumentalizando a estos jóvenes para que cometan tales atrocidades. “Nosotros nos preguntamos: ¿Cómo ha sucedido esto? ¿Quién los apoya? ¿Quién los financia? Algunos de ellos son burkineses, hermanos nuestros, y ni siquiera se cubren la cara. Pero la pregunta es ¿por qué? ¿Por qué secuestran y asesinan a la gente? ¿Por qué vienen a llevarse los bienes y los animales y queman aldeas?”. 

El obispo Kientega explica durante la conferencia que, en muchos casos, los jóvenes desempleados son captados por los grupos terroristas con promesas de trabajo. Sin embargo, para él sigue siendo un misterio quién financia a estos grupos y quién les proporciona armas. No obstante, está agradecido a las autoridades civiles y a las fuerzas armadas por sus esfuerzos en apoyar a la población, y por trabajar con la Iglesia a la hora de coordinar la ayuda. “El gobierno civil realmente está haciendo todo lo que puede, y organiza convoyes para llevar alimentos a los pueblos de los que nadie puede salir. Y el ejército también está haciendo todo lo posible para ayudar a la población. El Estado es quien mejor conoce las necesidades de los desplazados, y cuando recibimos ayudas, nos dan pautas para que la gente obtenga lo que necesita, pero los retos son numerosos”.

“La fe ha crecido”

Pese a las dificultades y la persecución que sufre la minoría cristiana, Mons. Justin Kientega afirma que ninguno de ellos ha cedido a la exigencia de los terroristas de abrazar el islam. “En esta situación, algunos de los cristianos aceptan morir. Muchos incluso se han negado a quitarse los crucifijos que llevan. En algunos lugares se ha obligado a las mujeres cristianas a cubrirse, pero estas se niegan a convertirse al islam. Intentan encontrar nuevas vías para vivir su fe y rezar”. El obispo incluso afirma que “la fe ha crecido” en esta situación que ha obligado a la Iglesia a adaptarse.

Por otro lado, la amenaza terrorista ha tenido otro efecto que también preocupa a la Iglesia. “Hay situaciones de miseria que están impulsando a la gente a volver a las prácticas de las religiones tradicionales, como, por ejemplo, usar prendas o amuletos que supuestamente protegen del mal”.

No obstante, recuerda el testimonio de un sacerdote nativo que tuvo un efecto positivo en quienes se aferran a sus prácticas ancestrales: “Cuando viajé a Bourzanga, el jefe de la aldea, seguidor de la religión tradicional, me dijo que estaban contentos de que el sacerdote se hubiera quedado por ser una fuente de fortaleza para ellos. Toda la ayuda que recibe este párroco la comparte con todos: cristianos, musulmanes y creyentes tradicionales. El jefe de la aldea me dijo que podían ver que este sacerdote valora a la humanidad y que no discrimina a nadie”.

Ese mismo testimonio de fe y caridad frente a la persecución también se refleja de forma evidente cuando el obispo Kientega enumera las numerosas fuentes de ayuda con las que cuenta la Iglesia local. “Sabemos que el Papa está cerca de nosotros y sentimos la presencia de la Iglesia Universal. Estamos asociados con la diócesis francesa de Limoges, donde rezan por nosotros todos los días. Recibimos ayuda de ACN, que aporta lo que más necesitamos. Pero lo principal es rezar para que el Señor toque los corazones de estos terroristas. Nosotros rezamos por su conversión todos los días”.

Ayuda a la Iglesia Necesitada apoya varios proyectos en Burkina Faso, y representantes directivos de la fundación internacional acaban de visitar el país para evaluar la situación de primera mano. ACN ha definido la región del Sahel, que incluye Burkina Faso, Malí, Níger y Nigeria, como una de sus prioridades para este año 2024.

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