«Ahora son muchísimos los que nos piden los sacramentos del bautismo, del matrimonio o de la penitencia»
El padre Ignatius Moskalyuk ha permanecido durante todo este tiempo en Jersón, en el sur de Ucrania, junto a su cofrade para ayudar a la gente
ACN.- Las tropas rusas ocuparon la ciudad de Jersón, en el sur de Ucrania, a principios de marzo de 2022; nueve meses más tarde, una contraofensiva ucraniana obligó a los rusos a retirarse de la zona de Jersón a principios de noviembre. Debido a la falta de electricidad y calefacción y a la proximidad del invierno, el Estado ucraniano evacuó a todos los que estaban dispuestos a marcharse en noviembre de 2022. Las tropas rusas tomaron posiciones en la orilla opuesta del Dniéper. A finales de enero de 2023, se calcula que en la ciudad de Jersón vivían unos 40.000 habitantes. Durante meses, la ciudad fue bombardeada a diario con artillería y misiles. El 6 de junio de 2023, la cercana presa de Nova Kajovka fue destruida.
Ayuda a la Iglesia Necesitada Internacional ha hablado con uno de sus socios de proyectos, el padre Ignatius Moskalyuk, OSBM, rector del monasterio basiliano de San Volodymyr el Grande en Kherson, quien durante todo este tiempo ha permanecido en Jersón junto a su cofrade, el hermano Pío, para ayudar a la gente.
¿Cómo ha cambiado su vida desde febrero de 2022?
No es fácil describir cómo ha cambiado mi vida desde el 24 de febrero de 2022. Desde que empezó la guerra, soy consciente de que cada día puede ser el último, cuando me voy a dormir no sé si viviré para ver el siguiente amanecer y así día tras día.
Psicológicamente, al principio, me costaba afrontar esta situación, entonces empecé a pedir al Señor durante la adoración del Santísimo Sacramento que me diera una respuesta. Y surgió de mi corazón valentía, le dije al hermano Pío, que se quedó aquí conmigo durante toda la ocupación, que a partir de ese momento viviríamos como antes de la guerra, es decir, dedicados a la oración y a ayudar a la gente que se había quedado en Jersón. Se han quedado los ancianos, los enfermos, también jóvenes que no tienen adónde ir y los que la guerra ha sorprendido en Jersón. No podemos dejar solas a estas personas.
¿Qué impacto ha causado la destrucción de la presa de Nova Kajovka en usted y en su entorno?
Cuando nos enteramos, por los medios de comunicación, de que la presa de Nova-Kajovka estaba destruida y de que el agua en Jersón podría subir hasta tres o cuatro metros, todo el mundo se asustó. ¿Qué ocurrirá? ¿Cuáles serán las consecuencias de la inundación? Pero afrontamos esta nueva situación igual que el principio de la guerra: no había nada que nos indujera a no confiar en Dios, nuestro Señor. Y así empezamos a confiar realmente en Dios, a poner en sus manos todo lo que estaba ocurriendo y lo que iba a ocurrir después de la inundación.
Ciertamente fue terrible presenciar con nuestros propios ojos cómo eran arrasados edificios, los animales se ahogaban y había que rescatar a personas que habían quedado atrapadas en sus casas. Fue terrible, pero nuestra confianza en Dios permaneció incólume, así como la confianza en que el mal no puede prevalecer y que Dios nuestro Señor nos infunde fuerzas para aguantar, al igual que aguantamos bajo la ocupación. Por eso, mi corazón estaba tranquilo.
¿Ha pensado en algún momento en abandonar Jersón?
Al cabo de nueve meses de ocupación necesitaba descanso físico y espiritual. Cuando le dije a la gente de Jersón que me iba a Ucrania occidental para recuperarme un poco, recuerdo cómo los fieles me miraban a los ojos y me preguntaban: “¿Volverá con nosotros, padre?”. Veía sus rostros y las lágrimas en los ojos de esas personas y les respondía: “¡Sí! No os abandonaré. Me quedaré con vosotros hasta el final, mientras sea la voluntad de Dios nuestro Señor. Mientras sea su voluntad, permaneceré con vosotros”.
¿Cuántos católicos viven aún en la región de Jersón?
Antes de la guerra, el 95% de nuestra parroquia estaba formada por greco-católicos originarios de Ucrania occidental que habían sido reasentados tras la Segunda Guerra Mundial. Esto incluía a sus hijos y nietos, también a los que vinieron aquí a estudiar y luego se quedaron para trabajar. Sólo el 5% de ellos había nacido en Jersón. El régimen comunista destruyó lo más preciado que había en los corazones de los habitantes de estas zonas del sur y el este de Ucrania: la fe en Dios. Pero ahora nuestra parroquia está formada en un 97% por gente originaria de Jersón, porque con la guerra ha cambiado mucho la forma de pensar.
¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo se lo explica?
Al ayudar, nuestro monasterio, a la gente distribuyendo ayuda y prestando atención a las personas, estas sienten que las queremos, que las respetamos y que son importantes para nosotros. Como consecuencia, la gente empieza a reflexionar sobre su vida y a preguntarse: “¿Para qué vivo aquí, en la tierra? ¿Quién es Dios? ¿Qué ha hecho Dios por mí? ¿Cómo se lo agradezco y qué conclusiones saco de ello?”.
La gente se hace estas preguntas y busca respuestas. Ahora son muchísimos los que acuden a nuestro monasterio y nos piden los sacramentos del bautismo, del matrimonio o de la penitencia; cada día vienen a la santa misa 25 o incluso 30 personas que además comulgan; entre ellos niños, jóvenes… Eso nos alegra el corazón. El sacrificio que el hermano Pío y yo hicimos durante la ocupación está ahora dando sus frutos.
¿Qué podemos hacer para ayudarle a usted y a su comunidad?
Como religiosos de nuestro monasterio de Jersón no necesitamos nada. Gracias a Dios, el monasterio no ha sufrido daños, no ha sido destruido, todo funciona, tenemos comida, tenemos de todo, gracias a Dios. Pero me duele el corazón por las personas a las que la guerra ha privado de sus hogares, que han quedado a la intemperie, sin un techo bajo el que cobijarse. Por ellos me duele el corazón. También lo siento por los que se han quedado en sus casas porque no pudieron irse por ser ancianos o estar débiles o por estar postrados en cama por enfermedad, eso me duele.
Necesitan algo de comer, necesitan productos de higiene, pañales, detergente en polvo… porque a la comida se puede acceder todavía de una u otra forma, pero todo lo demás falta en Jersón. No obstante, doy gracias a Dios por todo. Algunas cosas nos las facilitan voluntarios: alguien dona algo y así podemos distribuir un poco. Por eso, doy las gracias a todos los que tienen un corazón generoso y siempre nos ayudan. Y doy gracias a Dios porque permite que nuestras manos sean Sus manos y porque nos envía a las personas que más lo necesitan. Por ello, doy gracias a Dios.
Me gustaría agradecer especialmente a ACN por hacer posible que compremos un automóvil. Un vehículo es indispensable en nuestro cuidado pastoral, especialmente en esta situación tan dura.
¿Acaso no es especialmente difícil dar gracias en estos tiempos?
Durante la ocupación y la guerra he aprendido a confiar aún más en Dios. Antes también confiaba en Él, pero esa confianza quizá no era tan fuerte como lo es ahora. Ahora doy gracias a Dios por cada nuevo día y por permitirme vivir para Él y para la gente; doy gracias a Dios por poder sacrificar mi vida día tras día. El mayor milagro en estos tiempos es que estoy sano y que Dios me ha protegido de todo mal. También es un milagro que nuestro monasterio y nuestra iglesia se hayan conservado y tengamos un lugar donde rezar, que nuestra iglesia no esté vacía sino que la gente acuda a ella. Y doy gracias a Dios por habernos dado a san José como patrón, en cuyas manos pongo nuestro monasterio y nuestra ciudad. Doy gracias a Dios y a san José por velar por nosotros.