Textos para orar

Oración del Credo

Rezar la oración del Credo, es hacer una profesión de fe. Esta oración, también llamada Credo o símbolo de los apóstoles, recoge los elementos principales del cristianismo: el Dios trinitario, la comunión de los santos, la resurrección de la carne o el perdón de los pecados… Misterios que pueden ser difíciles de comprender o explicar, por eso se llama profesión de fe. A continuación ofrecemos una explicación, frase por frase, para esta oración que se reza durante las celebraciones litúrgicas, en la misa o incluso puede rezarse en casa.

El Credo de los Apóstoles

La oración del Credo, es el pilar de la fe cristiana donde se expresa en 12 partes las creencias fundamentales de la Fe Católica. Desde la afirmación de Dios como Creador hasta la esperanza en la vida eterna, cada parte representa un aspecto crucial de nuestra fe. Rezar el Credo nos afirma en nuestra fe, y fortalece nuestra relación con Dios. Esta oración se suele rezar después de la homilía en las Misas en los domingo y fiestas de guardar.

Amén.

Únete en oración por todas las personas que viven en países con falta de Libertad Religiosa

Hoy, en pleno siglo XXI, hay personas que son discriminadas e incluso perseguidas hasta la muerte por su fe. Por eso nos unimos en oración por todas estas personas alrededor del mundo que no pueden vivir su fe en libertad y por aquellos gobiernos que impiden el incumplimiento de este derecho fundamental. ¡Enciende una vela y reza por esta causa!

Comprender la oración del Credo

El símbolo de los apóstoles se compone de 12 frases:

“El que dice ‘sí’ a Dios debe saber a qué se compromete. Por eso es importante que cada cristiano se esfuerce en conocer y comprender este texto básico de su fe. Ha de saber también lo que significa ‘creer’”.

Extraído del libro “Yo creo” de Ayuda a la Iglesia Necesitada 

CREO EN DIOS PADRE TODOPODEROSO… 

En el corazón de cada persona está enraizada la búsqueda de algo más, el impulso de ir más lejos: el deseo de Dios. “Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti” (San Agustín, Confesiones 1, 1). Desde la misma creación del hombre, Dios busca incansablemente el encuentro con Él. Dios ha hablado a su pueblo a lo largo de los siglos, desde que escogió a Israel como elegido hasta hoy, como narra la Biblia. Dios ha querido revelarse al hombre para que el hombre crea en Él y sea libre. Es por ello que la profesión de fe, el Credo, comienza con un “Yo” tajante, que refleja la afirmación personal y libre de cada persona sobre su creencia en Dios. “Cada hombre tiene su propia historia con Dios. Nadie puede decir “Yo creo” en lugar de otro.” (Yo creo 2003, p.16 , Ayuda a la Iglesia Necesitada).

Dios lo puede todo, lo abarca todo y supera todo límite humano de entendimiento. Dios es Amor, es misericordia, es esperanza, es paz, sabiduría, es grandeza… Además, Dios ha vencido a la Muerte, ha vencido al pecado, está por encima de todo mal

“¡Para Dios no hay nada imposible!” (Gén 18, 14).

Dios es Padre: “Desde toda la eternidad engendra a su Hijo que es Dios como Él y de su misma sustancia” (Yo creo, p.18). Él envió a nuestros corazones el Espíritu Santo, prueba de que somos hijos de Dios, que procede del infinito amor que une al Padre y al Hijo “Por la gracia del Bautismo realizado ‘en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’ somos llamados a participar en la vida de la Bienaventurada Trinidad (…)” (Catecismo de la Iglesia Católica 265).

CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA… 

Todo procede de Dios. Con esta profesión tan contundente comienza el relato de la Sagrada Biblia “Al principio Dios creó el Cielo y la Tierra…” (Gén 1, 1). Es decir, cuando no había nada, hombres, animales, bosques, mares, aire… cuando no había derecha o izquierda. Sólo existía Dios. Él no necesita previo nada para crear. El primer y más diminuto átomo del Universo, la más lejana galaxia del universo, todo ha sido hecho por Él.

“Por eso los hombres, aunque no sepan nada de Dios, pueden reconocer sus huellas en las criaturas” (Yo creo, p. 21).

El hombre procede de Dios, Quien le creó a Su imagen y semejanza. Dios creó al hombre en el “sexto día”, después del Cielo y la Tierra, de las plantas y de los animales… Y quiso que, siendo el último de los seres creados, se convirtiese en el primero de todos ellos, para cuidar así de sus hijos, de la vida y de la tierra y sus criaturas, que le ha sido confiada. Sin embargo, el hombre desobedece a Dios a través de Eva: “La Escritura muestra las consecuencias dramáticas de esta primera desobediencia. Adán y Eva pierden inmediatamente la gracia de la santidad original (cf. Rm 3,23). Tienen miedo del Dios (cf. Gn 3,9-10) de quien han concebido una falsa imagen, la de un Dios celoso de sus prerrogativas (cf. Gn 3,5) (…). La muerte hace su entrada en la Historia de la Humanidad (cf. Rm 5,12)” (Catecismo de la Iglesia Católica 399 – 400). Sin embargo, la misericordia infinita de Dios se hace patente de nuevo, jamás abandona al hombre. Entrega a su único Hijo como sacrificio expiatorio para salvar al mundo.

Citas:

Jesús es el Cristo, el Mesías. Desde el principio de los tiempos Dios Padre prometió a los hombres, a través de los profetas, que enviaría un Salvador. Jesucristo con su vida, con su muerte y Resurrección, devolvería la libertad y la alegría, la justicia y el perdón al pueblo de Dios “Él redimirá a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21).

El nombre de Jesús era bastante común en Israel: significa Dios salva. El Hijo Amado de Dios asume su nombre y la promesa que este implica: Él es verdaderamente nuestro Salvador. Cristo es la traducción hebrea de la palabra “Mesías”, “Ungido”, título que era reservado a los reyes de Israel. Jesucristo es el Mesías enviado por Dios para salvar, para liberar a su pueblo y para reinar.

“El nombre de Jesús está en el corazón de la plegaria cristiana. Todas las oraciones litúrgicas acaban con la fórmula “Per Dominum Nostrum Jesum Christum…” (“Por Nuestro Señor Jesucristo…»)». (Catecismo de la Iglesia Católica 435).

Jesucristo es Hijo de Dios: habla del Padre como no lo ha hecho nadie: de forma directa e íntima. Con la relación que sólo un Hijo, amado y predilecto, puede tener con su Padre. Por esta íntima unión con el Padre, Jesús acerca a los hombres a Dios. No desprecia a nadie, todo lo contrario: vive entre los enfermos, los marginados, los pecadores. Cura sus heridas, les acompaña, perdona sus pecados. Los hombres sienten en la cercanía con Jesús el Misterio de Su íntima unión con el Padre.

 “Cuando indicamos que `Jesús es Hijo de Dios´ queremos indicar mucho más. Jesús es el mismo Dios, el Hijo del Padre. No hay en el mundo ninguna relación comparable a la relación de Jesús con el Padre”. (Yo creo 2003, p.30 , Ayuda a la Iglesia Necesitada).

Además, Jesucristo es nuestro Señor. Como cristianos, llamamos Señor no sólo a Dios Padre sino también a Jesucristo, porque Él es nuestro Salvador, en Él ponemos toda nuestra fe, en Él nos proclamamos hijos de Dios. Desde los primeros tiempos hasta hoy, los cristianos han vivido la persecución en su carne por afirmar verdaderamente que Jesucristo es el Señor. Nadie hay por encima de Él, ni reyes, ni emperadores. Sólo Él. Y así lo proclamamos con firmeza en nuestra vida y durante la Eucaristía: en la invocación griega “Kyrie eleison” que significa “Señor ten piedad” y durante el cántico del Gloria “Porque sólo Tú eres Santo, solo Tú Señor, sólo Tú Altísimo Jesucristo, con el Espíritu Santo en la Gloria de Dios Padre”.

“Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás”. (Carta a los romanos 10, 9).

Citas:

  • “Yo creo. Pequeño catecismo católico” 2003. Editado por Ayuda a la Iglesia Necesitada. Puedes adquirirlo desde aquí. 
  • Catecismo de la Iglesia Católica (Capítulo II), puedes ver el texto completo desde aquí.

https://old.ayudaalaiglesianecesitada.org/hemeroteca/creo-en-jesucristo-su-unico-hijo-nuestro-senor/

En sus evangelios San Mateo y San Lucas relatan el nacimiento de Jesús así como lo que ello significaba dentro del plan perfecto de Dios. Ambos insisten en el hecho de que Jesús, el Salvador, nació de una Virgen, por la fuerza del Espíritu Santo.

“El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lucas 1, 35).

San Mateo narra la decisión de José de repudiar en secreto a María. Se enterará más tarde, en sueños, que por voluntad de Dios José habrá de dar su nombre al Hijo de Dios y ejercerá el papel de padre solícito con él (Mateo 1, 18-24).

En la vida de cualquier persona la madre desempeña un papel fundamental, así quiso Dios que fuera también en el caso de Jesús. María recibe la visita del Ángel y “acepta su vocación de concebir al Hijo de Dios sin dejar de ser virgen, pues ‘nada hay imposible para Dios’” (Yo creo, P. 37, Editado por Ayuda a la Iglesia Necesitada).

María siempre está presente durante la vida de su hijo, en todos y cada uno de los momentos importantes María le acompaña: en su nacimiento, en la presentación en el templo, cuando Jesús está en “la casa de su Padre” y María y José le buscan durante tres días, durante el “primer signo” realizado por Jesús en las bodas de Caná de Galilea, en la Pasión, etc. Y como dice el evangelista “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. Estando María con Juan al pié de la cruz, Jesús dice a su madre “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y al discípulo “Ahí tienes a su madre” (Jn 19, 25-27). La madre de Jesús se convierte, por la gracia de Dios, en la madre de todos los cristianos (Yo creo, p. 40).

Los cristianos veneramos a María, madre del Señor y madre nuestra; su presencia es constante en la vida de la Iglesia. Bonitas imágenes se encuentran en los templos, acudimos a ella como intercesora y como madre amorosa a través de la oración y la festejamos principalmente en cuatro solemnidades a lo largo del año: la festividad de “Santa María, Madre de Dios” el primer día del año, la “Anunciación de nuestro Señor” nueve meses antes de navidad (25 de marzo), la “Asunción de la Virgen” el 15 de agosto (el día en que fue llevada, en cuerpo y alma, al cielo) y el 8 de diciembre cuando celebramos la solemnidad de la “Inmaculada Concepción de Santa María Virgen”.

“Dios te salve, María, llena eres de gracia;
 El Señor es contigo;
Bendita tú eres entre todas las mujeres
Y Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.”

Citas:

https://old.ayudaalaiglesianecesitada.org/hemeroteca/jesucristo-fue-concebido-por-obra-y-gracia-del-espiritu-santo-y-nacio-de-santa-maria-virgen/

Dios Padre, en su infinito amor, quiso entregarnos a Su único Hijo, Jesucristo para la salvación de nuestras almas, por su pasión, muerte y resurrección. Jesús se entregó libremente por todos y cada uno de nosotros, como dice San Pablo: “me amó y se entregó a sí mismo por mi” (Gal 2, 20).

Durante su vida, Jesús realiza signos y milagros que dan muestra de que el Reino de Dios está cerca, sana a los enfermos, libera a los endemoniados y, además, habla y enseña con sencillez y cercanía a través de parábolas. Quiere estar cerca de los humildes, de los pobres, de los marginados… se acerca a la gente sencilla a través del amor. Y, sin embargo, pese al bien que derrocha allá donde va, los sumos sacerdotes y los doctores de la ley, los que se suponen sabios y entendidos, desconfían de aquel que habla en nombre de Dios. Le rechazan. Le acusan falsamente. Después de las palabras de Jesús afirmando que Él es el Hijo de Dios Bendito el sumo sacerdote se rasga entonces las vestiduras y dice “¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Habéis oído blasfemia ¿qué os parece? Todos juzgaron que era reo de muerte” (Mc 14, 61-64).

Cada año, la Iglesia conmemora durante la Semana Santa la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Después de ser entregado a los hombres por el beso de Judas es prendido y llevado ante el Sanedrín. Más tarde, después de una noche de oscuro sufrimiento, es entregado a Poncio Pilato, gobernador romano de Judea, quien manda azotar a Jesús y dicta sentencia de muerte para Él.

El amor de Dios a los hombres se manifiesta en la pasión y muerte de Cristo, de donde brota la vida: misterio de la fe».

Los mensajeros de Cristo testifican:

  • Él es nuestro mediador: se entregó a sí mismo para liberarnos como rescate por todos (1 Tim 2, 5-6).
  • Él es el Cordero de Dios: quita el pecado del mundo (Jn 1, 29).
  • Él es el Hijo de Dios: al morir nos reconcilió con Dios (Rom 5, 10).
  • Él es el Hijo obediente: se convirtió en principio de salvación eterna para todos los que le obedecen (He 5, 8-9).
  • Él es el Redentor: en Él Dios canceló la deuda del pecado y la anuló, clavándola en la cruz (Col 2, 14).
  • Él es el Salvador que no cometió pecado: por sus heridas hemos sido curados (1 Pe, 2-24).”

(Yo Creo, p.50-51, Ayuda a la Iglesia Necesitada)

Después de la muerte de Jesús José de Arimatea, que hasta ahora había tenido miedo de mostrarse como discípulo de Cristo, pierde todos los miedos. Tanto es así que va a ver a Pilato y le pide descolgar Su cuerpo de la cruz y darle sepultura, a lo que el gobernador accede.

José se encarga de envolver el sagrado cuerpo de Jesús en un sudario y depositarlo en un nuevo sepulcro, cerrado por una gran piedra giratoria.

“Una de las mujeres que había acompañado a Jesús hasta Jerusalén, observa la escena desde lejos…” (Yo creo, p.53).

Poema del siervo doliente, del libro de Isaías:

“Lo vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado por los hombres,
como un Hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos…
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores;
nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado;
pero Él fue traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable cayó sobre Él,
sus cicatrices nos curaron.
Todos errábamos como ovejas,
cada uno siguiendo su camino,
y el Señor cargó sobre Él todos nuestros crímenes.
Maltratado, se humillaba y no abría la boca;
como cordero llevado al matadero,
como oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca…
Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
por los pecados de mi pueblo lo hirieron.

Mi siervo justificará a muchos,
porque cargó con los crímenes de ellos.
Le daré una multitud como parte
y tendrá como despojo una muchedumbre.
Porque expuso Su vida a la muerte
y fue contado entre los pecadores,
Él cargó con el pecado de muchos
e intercedió por los pecadores.”

(Isaías 53, 3-12)

Citas:

https://old.ayudaalaiglesianecesitada.org/hemeroteca/jesucristo-padecio-bajo-poncio-pilato-fue-crucificado-muerto-y-sepultado/

Creemos verdaderamente que Cristo se entregó y resucitó por los hombres de todos los tiempos, no únicamente por los vivos que fueron coetáneos suyos. Es por ello que el Señor “bajó a los infiernos” también para proclamar a los que allí estaban que el tiempo ya se había cumplido. La muerte ha perdido su poder, ha perdido su batalla contra los que aman a Dios.

El Señor nació, vivió y creció entre los hombres. Murió en la cruz y fue sepultado. De todo ello hay numerosos testigos, no sólo los que le amaron y le siguieron, también los que le acusaron y persiguieron hasta el final. Y al tercer día resucitó. De ello fueron testigo las mujeres que acudieron al sepulcro, María Magdalena y también los discípulos, cientos de hermanos, Santiago y, por último, San Pablo. ¡El Señor no había desaparecido! Estaba vivo en plenitud y durante 40 días permanecería presente mediante las apariciones, antes de subir al padre.

Durante este tiempo Jesús era el mismo, pero también era distinto. Su cuerpo no había cambiado, sin embargo había adquirido propiedades gloriosas que le permiten hacerse presente dónde quiera, según su voluntad. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica:

“Jesús resucitado puede aparecer “bajo otra figura” distinta de la que les era familiar a los discípulos, y eso para suscitar su fe” (CIC 645).

La resurrección de Jesucristo es el núcleo y el corazón de nuestra fe.” (Yo creo, pg. 59. Ayuda a la Iglesia Necesitada), por tanto, como decía San Pablo, vacía sería nuestra fe y nuestra predicación si Jesús no hubiese resucitado verdaderamente.

Citas:

https://old.ayudaalaiglesianecesitada.org/hemeroteca/jesucristo-descendio-a-los-infiernos-al-tercer-dia-resucito-de-entre-los-muertos/

Tras la muerte física de Nuestro Señor, sus discípulos fueron testigos privilegiados de la Resurrección ¡Estaba vivo! Dios Todopoderoso resucitó a su Hijo y le acogió en su gloria, en cuerpo y alma. Los discípulos de Cristo comprobaron que después de la muerte del Señor, subió al cielo “donde está sentado a la derecha del Padre”.

“La derecha del Padre” es la gloria divina en la que se hallan desde toda la eternidad el Hijo y el Espíritu Santo, que constituyen un solo Dios con el Padre en la Santísima Trinidad” (Yo Creo, p.62, Ayuda a la Iglesia Necesitada). 

Al final de su evangelio, San Lucas narra la ascensión del Señor a los cielos y con ello comienza también su relato en los Hechos de los Apóstoles. Después de cuarenta días en los que Cristo resucitado se ha aparecido a sus discípulos, el Señor vuelve al Reino de Dios. En ese momento, los apóstoles miran atónitos la escena y dos mensajeros de Dios les advierten “¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús (…) volverá como le habéis visto marcharse.” (Hch 1, 9-11).

Después de la Ascensión, los apóstoles comprenden que ahora les toca a ellos proclamar el evangelio, perdonar pecados, bautizar, suscitar esperanza… seguir con el camino del Maestro. Antes de la subida al cielo, para ir a la diestra del Padre, Jesús dejó varios mensajes a sus discípulos, entre los que estos encuentran esperanza y consuelo:

“No tengáis el corazón angustiado. Creed en Dios y creed también en mí. (…) Yo voy a prepararos un sitio; cuando me haya ido y os haya preparado un sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros” (Jn 14, 1-3).

“Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y vuelvo al Padre” (Jn 16, 28). Jesús ya no es visible, pero por su promesa y a través de la fe sabemos que permanece con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

La Iglesia de Jesucristo sigue esperando su retorno glorioso al final de los tiempos: el cielo no es el lugar de Dios y de Jesucristo, es el signo de nuestro propio porvenir.

Citas:

https://old.ayudaalaiglesianecesitada.org/hemeroteca/jesucristo-fue-concebido-por-obra-y-gracia-del-espiritu-santo-y-nacio-de-santa-maria-virgen/

Los primeros discípulos saben que Jesús volverá pronto, no como hombre frágil, sino con el poder y la gloria de Dios, al que nadie podrá poner en duda. Vendrá con el pleno poder del Padre, con la autoridad de Dios, juzgará a los hombres y consumará la creación.

Sin embargo, pronto se dan cuenta que el tiempo de Dios tiene una medida distinta al tiempo de los hombres, que confirma las palabras de su Hijo «Más de aquel día y hora nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre» (Mc 13, 32). Ante esto, los discípulos de Jesús saben que no deben quedarse «quietos» esperando, sino que deben ir al mundo a proclamar el Mensaje de Cristo, la luz que iluminará las naciones. Sólo Dios conoce el momento de la segunda venida de su Hijo.

Durante la espera, los creyentes pueden sentirse inseguros ¿Cuándo vendrá el Señor? y pueden distraerse en su vida terrena. Pero los apóstoles y los evangelistas  les recuerdan ¡Permaneced vigilantes, no sabéis cuándo vendrá!

La Iglesia mantiene viva la espera del regreso del Señor, cada año celebra el Adviento, momento de preparación para el encuentro con Jesucristo:

«Anunciamos tu muerte,
proclamamos tu resurrección,
hasta que vuelvas en gloria.
Marana tha. ¡Ven Señor Jesús!»

Él juzgará a vivos y muertos

En los Hechos de los Apóstoles nos dice San Pedro que Dios ha nombrado a Jesucristo juez de vivos y muertos. «Todo el que cree en Él recibe, por su medio, el perdón de los pecados.» (Hch 10, 42-43).

Pese a que para los hombres oir hablar de juicio nos suscita temor, no podemos alejar nuestro pensamiento de quien nos va a juzgar: Jesús. Él es quien con amor e infinita misericordia nos ayuda en nuestro camino y quien ve cómo nos esforzamos por cumplir la voluntad de Dios.

Señor, tú vendrás al fin de los tiempos.
Al fin de mi tiempo en la tierra, cuando yo muera.
Señor, ven a mi encuentro,
Déjame que llegue hasta ti.
Sé para mí un juez clemente
y haz que el día de mi muerte sea el día en que yo vea al Padre.
Haz que conozca junto a ti la felicidad,
junto a los demás bienaventurados.

Citas:

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El Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad. Directamente es Dios y, aunque no podemos verlo, sí sentir su actuación y presencia real en medio del mundo, por ejemplo cuando una persona habla de Dios del tal manera que hace que otros se acerquen a la fe, o cuando un hombre o mujer irradia paz.

San Pablo nos dice:

«El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.»

La Biblia comienza por los orígenes y explica que el Espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas: es el comienzo de la vida. El Espíritu Santo da vida y está muy presente en la vida del cristiano: cada vez que nos santiguamos lo hacemos «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.»

La Biblia habla de que es Dios quien concede su Espíritu a los hombres. Por medio de Él entusiasman con su vida de forma contagiosa y persuaden de forma convincente. El Espíritu de Dios habla a través de ellos, como en los tiempos antiguos, inspirando los escritos del Antiguo Testamento.

Jesucristo nos bautiza con el Espíritu Santo y preparó a sus discípulos para el tiempo en que Él ya no estaría presente:

– Les promete un Consolador, el Paráclito que les recordará todo lo que Jesús les dijo y les conducirá a la vida eterna.

– Les promete su Espíritu Santo, que otorga a todos los hombres por su muerte y resurrección y que nos introduce en una vida nueva.

Es el Espíritu Santo el que vive en el corazón de los creyentes y los integra en la Iglesia, porque es Él quien guía a la Iglesia para atraerla hacia Cristo. Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica «Le hace presente el Misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía, para reconciliarlos, para conducirlos a la Comunión con Dios, para que den ‘mucho fruto’».

Oramos así:

«Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén».

Citas:

https://old.ayudaalaiglesianecesitada.org/hemeroteca/creo-en-el-espiritu-santo/

Según las palabras del Catecismo de la Iglesia Católica, la Iglesia es «según la expresión de los Padres, el lugar donde florece el Espíritu«.

Dios creó el mundo para que todos los hombres se uniesen en comunión con y en Cristo, por eso la palabra «Iglesia» significa «asamblea convocada». El Catecismo nos recuerda también que la Iglesia no logrará su plenitud hasta la gloria del cielo.

Desde el inicio Dios prepara su Iglesia, que durante la vida de Cristo se va edificando. Sin embargo, es en la Pasión cuando Jesús instituye la Eucaristía y les ordena a los apóstoles «haced esto en memoria mía». En el Concilio Vaticano II se afirma que «el comienzo y el crecimiento de la Iglesia están simbolizados en la sangre y en el agua que manaron del costado abierto de Cristo crucificado» (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 3).

En los Hechos de los Apóstoles, San Lucas narra cómo en el quincuagésimo día después de la Pascua se cumple lo que Jesucristo les había prometido: la venida del Paráclito. Un soplo del Espíritu, como un viento fuerte, llena la casa en la que estaban reunidos los apóstoles y discípulos, María la madre de Dios y otras mujeres. Todos quedan llenos de fortaleza y gozo y necesitan salir a transmitir la Buena Noticia. Es el día de Pentecostés. Y en ese día, San Pedro, el primero de los apóstoles, lleno del Espíritu Santo habla al pueblo y varios miles de personas abrazan la fe, reciben el bautismo y se convierten en parte activa de la comunidad cristiana: hermanos en la Iglesia de Jesucristo.

De esta manera, los primeros cristianos «acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles y a la fracción del pan. Eran fieles a la comunión fraterna y daban a cada uno lo que necesitaba» (Yo creo 2003, p. 79, Ayuda a la Iglesia Necesitada).

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Creer en el perdón de los pecados está estrechamente relacionado con la creencia en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica y la comunión de los santos. Estas verdades tienen que ver con el encargo de dio Jesucristo Resucitado a sus apóstoles:

«Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará, pero el que no crea se condenará» (Mc 16, 15-16)

El perdón de los pecados hace referencia por tanto a la misión de la Iglesia. El Señor resucitado confió a los apóstoles la misión de anunciar el Evangelio y bautizar a las gentes para perdonar los pecados. Es el Bautismo el primer sacramento y el más importante para el perdón de los pecados. Este poder que Jesús dio a los apóstoles a través de su Espíritu Santo se sigue trasmitiendo en la Iglesia a los obispos y sacerdotes.

Constantemente se nos ofrece el perdón de los pecados a través del sacramento de la Penitencia. Quien se convierte, se arrepiente de sus culpas y las confiesa a un sacerdote obtiene de Cristo la reconcilicación y el perdón. Los pecados graves deben ser confesados y perdonados en este sacramento, así como los pecados veniales. Jesús no condena, mira con misericordia, por eso el sacramento de la Penitencia no es ahondar en la culpa del hombre sino aliviarla para que el hombre pueda levantarse y mirar cara a cara a Dios.

Creer en el perdón de los pecados es también tener un corazón misericordioso. De igual modo que nosotros somo perdonados por Jesús, también estamos invitados a perdonar en lo hondo de nuestro corazón a aquellos que nos afrentan. Lo decimos claramente en el Padrenuestros: «Perdona nuestros pecados, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». San Pedro pregunta a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano?¿Hasta siete veces?» A lo que Jesús contesta: «Setenta veces siete», aclarando que debemos perdonar «sin medida» a imagen de Jesús.

«Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero, si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas». (Mateo 6, 14-15).

https://old.ayudaalaiglesianecesitada.org/hemeroteca/creo-en-el-perdon-de-los-pecados/

La muerte es un misterio de la realidad del hombre que acontece en nuestras vidas independientemente de nuestra condición, edad, sexo, etc. El final de una vida provoca siempre una pregunta: ¿Hacia dónde vamos? ¿Hay vida después de la muerte? ¿Qué sentido tiene la vida entonces?

Cuando los cristianos proclamamos nuestra fe en la resurrección de los muertos y en la vida eterna, no queremos decir que nos desentendemos de la muerte y del sufrimiento. Tampoco pretendemos consolar a los pobres y desfavorecidos prometiéndoles una vida mejor en el más allá. Cuando los cristianos afirmamos nuestra creencia en la resurrección de los muertos y en la vida eterna, nos referimos a que

“Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo resucitó verdaderamente de entre los muertos y vive para siempre, los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y él los resucitará en el último día” (CEC 989).

Dios no es un Dios de muertos sino de vivos, estamos invitados por tanto a llevar una vida puesta en las manos de Dios, esperando en la vida eterna y en la resurrección. Jesús en el Evangelio, cuando habla con Marta y los hombres que lloran ante la tumba de su amigo Lázaro, afirma que los muertos resucitarán : “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Jn 11, 25). Jesús cumple esta palabra a través de su resurrección, Él vence a la muerte y se aparece a los apóstoles para infundirles la certeza de que también nosotros resucitaremos con él: “Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo” (Lc 24, 39).

Pero, ¿cómo será la resurrección de los muertos? En el anterior pasaje del Evangelio Jesús nos deja entrever cómo será la resurrección de los muertos. Jesús resucitado es a la vez transfigurado, glorioso, y marcado con los estigmas de la Pasión, signo del gran amor que le llevó a dar su vida por nosotros. Los muertos resucitan con su propio cuerpo, pero a la vez será diferente porque estará glorificado. “¿Qué es resucitar? En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios, en su omnipotencia, dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús” (CEC 997).

Ante este misterio de vida y amor fundamentado “en el poder de Dios”, el Espíritu Santo actúa en nosotros revelándonos la vida eterna. A la espera de la resurrección, nuestros cuerpos y almas participan ya del ser “en Cristo”, de aquí también la importancia de cuidar nuestro propio cuerpo. Y además los cristianos tenemos otra garantía de la vida eterna en la Eucaristía. Cuando participamos de la Santa Misa recibimos como alimento para nuestro cuerpo el cuerpo resucitado del Señor.

“Nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo” (CEC 1000).

“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 54).

https://old.ayudaalaiglesianecesitada.org/hemeroteca/creo-en-la-resurreccion-de-la-carne/

extra – Creo en la vida eterna

https://old.ayudaalaiglesianecesitada.org/hemeroteca/creo-en-la-vida-eterna/

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