» TESTIMONIO
Padre Ube: “La gente no tenía nada, pero lo único que nos pedían era que les ayudáramos a rezar”
En el campo de refugiados de Palabek, Uganda, el padre salesiano Ubaldino Andrade y sus compañeros atienden a más de 90.000 refugiados sursudaneses. Su labor, apoyada por ACN, va mucho más allá de lo material: responde al hambre más profunda, la de Dios.

El padre Ubaldino Andrade, más conocido como padre Ube, creció en uno de los barrios más pobres de Caracas, Venezuela. “Éramos cinco hermanos por parte de mi madre, pero 29 por parte de mi padre, que era camionero y tenía una mujer en cada parada habitual”, cuenta entre risas. Y es que el padre Ube ríe mucho. Nadie diría que vive y sirve en uno de los lugares más desoladores de África: el campo de refugiados de Palabek, en el norte de Uganda.
Su vocación salesiana lo ha llevado a muchos lugares difíciles: Sierra Leona durante la guerra civil, el brote de ébola, Ghana, y ahora Uganda. En Sierra Leona salvó la vida de decenas de huérfanos del ébola: “Cuando sus padres morían, encerraban a los niños en casa por miedo al contagio. Nosotros los rescatábamos, los poníamos en cuarentena y luego los reintegrábamos. Salvamos a 51 niños, solo perdimos a dos”.
Pero nada lo preparó para lo que encontró en Palabek, donde ACN lleva años apoyando su labor misionera. “Cuando llegamos, los refugiados no tenían nada: ni comida, ni ropa, ni productos de higiene. Nosotros tampoco teníamos casa. Un catequista nos dejó dormir en la suya, y compartió su comida con nosotros. Al llegar la noche, esperé que me indicaran mi habitación… ¡y me mostraron el suelo!”, recuerda con una carcajada.
Sin embargo, lo más impactante fue la petición que escuchaban una y otra vez: “¿Qué necesitáis?”, les preguntaban los misioneros. “¿Comida, jabón, dinero?”. Pero los refugiados solo querían una cosa: que les ayudaran a rezar. “No sentían la presencia de Dios por todo lo que habían vivido. Querían volver a encontrarla”, explica el padre Ube.


› Una misión entre mujeres y niños
El campo de Palabek acoge actualmente a más de 90.000 personas, el 83% son mujeres y niños. Ante tantas necesidades, los salesianos no están solos: se les unieron cuatro religiosas de la congregación local Hermanitas de María Inmaculada.
Hoy atienden cuatro guarderías con casi 700 niños, un proyecto con 155 menores con discapacidad, y una escuela de formación profesional con 300 alumnos. Como la mayoría no puede pagar, lo hacen con leña o papel higiénico. “Y con eso vamos tirando”, dice el sacerdote.
También se enfrentan al reto espiritual. Aunque muchos refugiados tienen una fe profunda, necesitan formación. De decenas de catequistas que colaboran, solo dos pueden comulgar, porque el resto no está casado por la Iglesia. No es por falta de fe, sino por no poder pagar la dote tradicional exigida para casarse.
“Aquí vivimos en una continua nueva evangelización”, afirma. “Les ayudamos a redescubrir a Dios, a sanar el alma, a recuperar la dignidad”.
› La presencia de ACN
Mientras muchas organizaciones internacionales abandonan la región, los salesianos y religiosas permanecen. ACN les acompaña desde hace años: con estipendios de misa, apoyo para la formación, y ayuda para construir alojamientos dignos para los misioneros.
Uganda acoge más refugiados en un mes que Europa en un año. Y muchos de ellos han huido de conflictos devastadores, como el de Sudán del Sur. Gracias al trabajo de estos misioneros, y al apoyo de benefactores de ACN, miles de ellos pueden experimentar una presencia distinta en medio del dolor: la de un Dios que no los abandona.